lunes, 27 de agosto de 2007

El viaje a Lobos

Era el verano de 2006. Yo todavía estaba de novio con mi ex. Decidimos pasar un día en algún lugar y nos pareció lindo poder viajar en tren. Agarramos el mapa, miramos los ramales y nos decidimos por Lobos. ¿Pero sabés porqué elegimos el tren? Porque queríamos viajar con las bicicletas. Recorrer el lugar al que ibamos a ir, hacer un poco de ejercicio que nos venía muy bien. Poder ir a la laguna, y ser un poco más romanticos.
Llamamos a TBA y nos dijeron que no había drama en llevar las bicis, que había furgón.
Al otro día a las 7 am partimos. Tomamos el Sarmiento electríficado y nos bajamos en Merlo. Esperamos 45 minutos para hacer el transbordo. En ese tiempo toda la gente nos dijo que no venía furgón. Que todos eran trencitos chiquitos y con asientos. Por suerte ese día uno de esos "pitufos", como le dice la gente, se rompió y mandaron una formación vieja.
Despues de 2 horas de viaje llegamos a Lobos. Anduvimos por todo el pueblo (o ciudad), comimos nuestros sanguchitos de salame que llevamos en un tupper, y decidimos ir para la laguna a tomar unos mates. Agarramos para la ruta y pedaleamos, pero...
La laguna estaba a 15 km de la ciudad. Había que ir por la banquina con el peligro de que te lleve puesto un auto. Vimos el "santuario" de Roberto Mouras y no pudimos seguir más. Además del miedo no estabamos en estado físico para llegar.
Volvimos a la estación y atamos las bicis en el anden. Nos tomamos el bondi que en 20 minutos estaba en la laguna. Pasamos una hermosa tarde. Despues volvimos a la ciudad. A eso de las 8 pm salía el tren de vuelta. Por suerte vino con furgón. Y no sólo eso: era el mismo furgón. Con las mismas cosas escritas en liquid paper y con los mismos rayones. Allí pudimos ver algo muy groso. La cantidad de gente, viajantes seguro, que se saludaban y se contaban cómo había sido el día. Personas que viajaban todos los días en el ferrocarril y arreglaban con los demás en que pueblo se encontrarían en unos días. Eso fue impactante.
Despues nos volvimos para nuestro oeste. Otra vez al quilombo, otra vez al Sarmiento electríficado en el que pasa cualquier cosa.
Ahora no estoy más con ella, por esas cosas de la vida, pero me quedó en el bocho poder viajar a cualquier lado en tren. No importa el lugar, sino el cómo. Sentir ese traqueteo que hace al pasar por las vías. Poder sacar la cabeza por la ventanilla. Conocer otros lugares, otra gente.